¡Hola! Espero estén muy bien por ahí, que caos maravilloso son las mudanzas. Acá estoy. Hace unas semanas no sale el newsletter y es por ese motivo. Todo es movible, casi todo parece poder entrar en una caja y mucho vuelve a cobrar otro sentido. Ahora que estoy nuevamente en un escritorio frente a esta hoja en blanco que me pide silenciosamente palabras, parezco quieta pero no. Todavía se mueven cosas, todavía se habita en simultáneo el espacio que se deja y el nuevo que llega. Así que les cuento que a pesar de este breve impasse, el podcast de poesía seguirá saliendo los días miércoles, un mapa de poetas que comenzó hace un tiempo y desconozco a donde llegará… Hasta el momento son 23 voces: Laura Fuksman, Fabiana Jakubowicz, Nadia Rizzo, Marcela Meroni, Daniela Noceti, Patricio”el boni” Bonino, Franco Morini, Roxy Zamarreño, Noelia Alcayaga, Yhonais Lemus, Marina Casas, Lara Fortina, Fernanda Gómez, Nicolás Aused, Rocío Laria, María Lanese, Josefina ”Pepa” Arcioni, Pilar Sanjurjo, Estela Zanlungo, Fedra Spinelli, Laura Moreno, Anna Pinotti, Andrea López Kosak. Y hemos pasado por estos lugares: Bahía Blanca, Montevideo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Córdoba, Ripalimosani - Campobasso (Italia), Rosario, Laprida, Gran Buenos Aires, La Plata, Santa Fe, Chubut, Tigre, Lomas de Zamora, San Martín de los Andes , Tandil, Río Ceballos, Mercedes…
Me llegan mensajes de agradecimiento por estas lecturas y por los bellos poemas que se comparten aquí. ¡No saben lo lindo que es recibir ese mimo! Si recién se suman a este news, pueden entrar acá para escuchar los anteriores y también están disponibles en Spotify.
Entre tanto movimiento con la mudanza, me han acompañado algunos poemas, dos que recordaba de Eloisa Oliva y otros que fui encontrando en estos días donde todo cambiaba de lugar.
Para la entrega de hoy seleccioné poemas “mudanzeros”. Porque la poesía, que es tan abarcativa, siempre tan cercana y tan precisa, también tiene en este tema un largo historial.
📣Sigo en búsqueda de poemas que hablen sobre mudanzas, por lo tanto lxs convoco a quienes tengan el mismo interés, que puedan hacer su aporte: Recibo por email o dejar comentarios abajo.
🕙Este boletín tiene 1372 palabras y se lee aproximadamente en 7 minutos.
De Eloisa Oliva dos poemas en su libro Un don sensacional editado por Caleta Olivia
Mudanza
A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar solo lo justo
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejó en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.
Fabio Morábito
Monoambiente
Nuestra tristeza
no entra en esta habitación
pero sí en un haiku.
Dos poemas de Gustavo Yuste
1
Me dijeron que avisara treinta días
antes me dijeron que avisara treinta
veces al menos me dijeron que al
menos avisara treinta veces y que
en días como estos no se debe
–no se puede– trabajar. Que me fuera,
que dos cuadras más abajo preguntara
si quedaba sopa para uno si quedaba media
botella para uno me dijeron que a medias
quedaba una botella
y tenían razón:
si te gusta te gusta
si no te gusta no te gusta no más
me dijeron que tenían razón y tenían razón:
ella es débil y blanca y tú eres
pobremente oscuro y eso es todo cuanto hay
no en el fondo sino encima de la cama
cuando besas y te besa.
Atardece, mientras cae
no la noche pero algo y en las fundas
una forma peligrosa que se mueve
como un bulto del que buscas la salida.
O te quedas, me dijeron, y decides caer
–como la noche– rendido a los pies de
los pies de la amante que duerme sin saber
que duermes a su lado. Y que duele el brillo oscuro
en los brazos noche arriba.
O abajo,
de izquierda a derecha, treinta
noches con sus días en las fundas
que nos guardan y nos cierran y nos
guardan, embalados en las cajas
que ellos abren muchas veces con
sus días y sus noches con sus veces
y sus días, hasta que ellos por si acaso
cambiarán la cerradura por si acaso
regresaras el camino ya no importa
que la llave se desfonde en el bolsillo
ni es preciso repasar la borra espesa
de la taza picada. No nos quites el
saludo, no nos quites el dinero
no tenemos más
cigarros porque en noches
como estas no se puede –no se debe–
trabajar, no se puede –no se pudo–
hacer favores ni hacer caso de las voces
que te dicen: ella duerme por las noches
a tu lado y no lo sabe porque duerme,
ella besa y tú la besas, eso es todo, era todo
cuanto había no en el fondo sino encima
de la cama embalada treinta días,
treinta veces me avisaron que dijera
que me iba y no volvía. No nos quites
los cigarros, que me fuera tan tranquilo y callara
si te gusta y cerrara la boca si no te gusta,
no te cuesta nada hacernos el favor
de sentarte con prudencia a la espera de noticias
tan tranquilo tan sentado mientras cae
no la noche pero algo y una forma
peligrosa se remueve en la memoria
como un bulto del que buscas la salida.
5
Cada tanto recomienza una frase
improvisada: el descanso en la escalera
no permite demasiadas precisiones
y se pierden las señales cuando pasas
con los brazos ocupados. Medios
tonos o resabios, cicatrices en la boca,
nos faltaban -apenas- los matices
que ahora sobran cuando busco
con paciencia, cuadro a cuadro,
hendiduras en la cara, medios tonos
o resabios: alguien posa insegura de
su rostro, alguien saca con recelo y energía
-con las manos, con los ojos- los
fragmentos de la arena acumulada,
atardece cuadro a cuadro el horizonte,
alguien viaja largas horas en los últimos
asientos y no sabe cuánto falta
todavía, ella es joven y blanca, tu eres
débilmente oscuro y eso es todo
cuanto había no el fondo sino encima
de la cama cuando besas y te besa; reteníamos,
entonces, los ajustes a la falda,
sosteníamos, así, con alfileres, la fachada,
las bastillas, las insignias, los insectos
cuando trepan la solapa, amanece el horizonte
continuado y ella ríe o desespera, ella llora
o recupera la verdad, ella espera que
comprendan que el amor es una especie
de incidente, un ajuste de los ruidos
en la imagen, unos días, unas noches
con sus voces y sus voces y sus pausas:
decidíamos las veces, repasábamos
las pausas, desoíamos las voces y una forma
peligrosa escogía por nosotros
el camino, el descanso en la escalera no
permite demasiadas precisiones, ella duerme
sin saber que cruzarán la
turbulencia, alguien cubre el medio todo con
dos manos de pintura, cada tanto recomienza
lo que ahora desconoces y se pierden
las señales cuando pasas con
los brazos ocupados.
Alejandro Zambra, ambos poemas del libro Mudanza
Después de la mudanza
El niño triste mira con asombro
el patio donde había cielo.
La marca que dejó en el muro
la fotografía de la boda.
El sitio donde estuvo el piano
(su música, como la lluvia).
La ventana donde el otoño
daba su luz a los malvones.
¿Y cómo la verá un día,
vaga, distante, en el recuerdo?
La carta que cayó del mueble
como una hoja del tiempo.
Raúl González Tuñón
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Mara Sapag
Mudarse no es irse, es habitar el traslado. MS