Ceibo (En Los días comunes, Pánico el pánico)
En el centro de la rotonda
hay cuatro palmeras secas,
un ceibo de copa generosa,
un busto de un prócer
que no conozco
y una bandera raída que no flamea.
Los autos dan vueltas
en círculos hasta encontrar
la salida que más les conviene.
Un chico con uniforme de colegio
se trepa al ceibo y prende un cigarrillo.
Cuando era adolescente
yo también me escondía para fumar.
Todavía me escondo.
Ciertas decisiones que demoro
me hacen pasar demasiadas veces
por el mismo lugar.
Agua (En Los días comunes, Pánico el pánico)
Sé que hay peces
debajo de mis pies
aunque no los vea.
Hacia el horizonte
la masa oscura de agua
parece interminable.
Podría quedarme así un rato largo,
hacer la plancha o patalear
para mantenerme a flote.
A lo lejos, veo un punto blanco
que no distingo qué es.
Las voces apenas llegan
desde la orilla.
Quiero que este momento
me revele algo, pero solo es esto:
un mar tranquilo y gotas saladas
que bajan por mi cara
y llegan hasta mi boca.
Huecos celestes (En Los días comunes, Pánico el pánico)
No digas eso. ¿Por qué no?
Porque no es cierto.
Después las nubes
se acercan tanto entre sí
que tapan el sol y en el cielo
ya no quedan huecos celestes.
Ella me mira como queriendo decir algo
que al final no dice.
Se escucha el canto de los teros
y el mugido de los terneros.
Me miro las manos, los nudillos
como surcos, los dedos gruesos,
la ampolla de la última quemadura
que me hice preparando pan.
Sus manos siempre fueron más hábiles.
Las miro mientras borda flores
amarillas en un almohadón.
La cadencia con la que mueve
la aguja me hace acordar
a las coreografías de patinaje
sobre hielo que veíamos de chicas.
No vamos a ponernos de acuerdo;
casi nunca lo hacemos
cuando hablamos de papá.
Igual, no importa.
Los teros todavía chillan,
algún depredador
debe andar rondando el nido.
Bendición (Inédito)
Dos palomas se repliegan
en las ramas más altas de los pinos.
No hay viento. Ni siquiera una lámina.
¿Cómo llamarías al sonido que produce
un material expuesto al sol de enero?
Encima de la cama
en la que intento descansar, el cuerpo
ondulado de las chapas cruje
como la respiración de un animal. Las pupilas
responden a la falta de luz
aumentando su tamaño.
Es un signo de alerta. Y una estrategia.
¿Qué cosas es capaz de hacer un cuerpo
para transformarse?
Si me acostara en el suelo, las piernas
y la espalda sobre el cemento frío, los brazos
desplegados como alas de murciélago
¿sentiría alivio?
Te gustaba decir que la piel
es el órgano más grande y también
el más caprichoso. Que nada es
tan importante, ni siquiera la muerte.
Un alguacil desorientado se estampa
contra el alambre tejido del mosquitero.
Sería una bendición que al fin lloviera.
✍Nació en Mar del Plata en 1976. Es Licenciada en Ciencias de la Educación de la UBA y docente en la Universidad Nacional de La Matanza. Se formó en talleres de escritura creativa. Participó en diferentes antologías poéticas: La desconocida que soy, Vol. 1, Antología de diarios íntimos de mujeres de Latinoamérica y España (2018), Índigo Editoras); Flotar (2020) Jardín (2021), Campo (2022) de Proyecto Camalote.
Publicó dos libros de poesía: Los días comunes (2020) y Algo en el fuego (2022), ambos en la Editorial Pánico el pánico.
En 2023 publicó el fanzine digital: El silencio que hacen las olas (Agua viva ediciones). Forma parte del colectivo de escritores: La máquina de hacer textos. Coordina talleres de Collage & Literatura en diferentes espacios culturales. Está a cargo del newsletter semanal Rastrojo.
🎙¡Muchas gracias Jaz por ser parte del Podcast BDP!
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