Nadie sabrá
Nos veo paradas frente a la puerta del colegio. Ella en mangas de camisa
y yo de blazer azul creyendo que mi formalidad podía salvarnos
del pecado y del destierro. Ahí, como dos estatuas que no saben
si alguien las mira, les reza o si solo pasan de largo camino a la plaza. Nadie nota que
estamos a punto de gritar; somos adolescentes, somos tontas y no podemos
separarnos la una de la otra. Haremos cosas que nadie
imagina; cosas que defraudarán a tu madre y a mi padre. Cosas
que no tendrán retorno, que solo olvidaremos cuando nuestros huesos
ardan o se pudran dentro del mar. No nos importa, no lo sabemos y por eso
subimos a un micro. Vos con la mochila hacia adelante y yo con
mi almohada. Nos veo sentadas en el segundo piso del micro mientras
las sierras, por la distancia, podrían ser nubes. No sabemos que nos vamos a besar
hasta odiarnos ni que pronunciaré tu nombre cada mediodía. No
sabemos que me vas a tirar la pava llena de agua en la frente, ni que
me vas a arrinconar, después, para besarme y curarme. Aún somos
tontas y jóvenes y solo con violencia podemos separarnos;
un rato la una de la otra.
Nos veo compartir el colchón, tus manos en mis hombros
y mi ceja cicatrizando.
Voy a querer morirme después de rechazarte. Vamos a darnos vergüenza;
nadie sabrá nunca toda la verdad.
Escalera Caracol
Una y mil veces intentamos separarnos. La violencia no funcionaba. Después
del odio, de la saliva y de la sangre, la chispa volvía a encenderse.
Salíamos a bailar, para olvidarnos de nosotras mismas, y mirábamos
a los hombres en la barra. Recuerdo apoyar la frente contra los barrotes
de la escalera, que llevaba al VIP, mientras ella y un tipo alto subían. Él
apoyaba su mano, pesada y transpirada, en la cintura de ella.
Regresé a mi banqueta. Esperé hasta que encendieron las luces, pero no volvió. Subí
por la escalera mientras las paredes transpiraban, el barniz de la barra
se descascaraba y los varones ofrecían sus camperas abiertas a las chicas. Temía
encontrarla con ese hombre ¿qué habrían hecho?
En un rincón los vi: ella sentada, con las piernas abiertas, en una de las mesas. Él,
parado, dentro suyo. La cabeza de él movediza dentro del cuello de ella
como un caracol trepando por los helechos del patio. La luz plena y el
cuchicheo de la gente no parecía importarles. Me tranquilizó
la quietud de sus manos; no hubiera soportado que lo tocara. Se sostenía
de los bordes de la mesa, sus brazos en tensión
soportaban la fuerza de él. Su pecho y su cabeza hacia adelante; en esa misma
posición recibía las olas del mar, pensé. Parada allí, frente a ellos con mi
campera y las llaves de nuestra en casa en la mano, me di cuenta
que ella no me veía y lo más probable es que no
me viera por un tiempo, hasta que la barba de ese hombre le lastimara
las mejillas o hasta que extrañara mi lengua fuerte sobre sus muslos. También
sabía que pasara lo que pasara con nosotras, esa noche o las siguientes; su cuerpo
viajaría junto al mío como un fantasma.
✍Paz Rotoni nació en 1977 en Tandil. En 1997 se trasladó a Buenos Aires y años después comenzó su formación actoral con María Inés Sancerni, Claudio Quinteros, Fabiana Mozota, María Onetto y Rita Cortese. Estudió dramaturgia con Mauricio Kartun y Maruja Bustamante. Sus poemas forman parte de las antologías “Alguien muerde el extremo de su nombre” editado por Elemento Disruptivo y “Campo”, Niñez” y “Fe“ de Ediciones Camalote. Su cuento “Lata de sardinas" fue elegido finalista y mención en la XIII edición del Premio Municipal de Literatura Manuel Mujica Laínez de San Isidro.
🎙¡Muchas gracias Paz por ser parte del Podcast BDP!
Comparte este post