*
Si me mira
me crece un pico
me nacen plumas
como alas,
si me mira repto,
las escamas son satélites
y mido la salinidad,
el desorden del monte,
si me mira soy una bala,
la pólvora compacta
en la celda de un cañón,
si me mira tengo el filo
de una katana,
puedo con el raso y el papel
y un miembro de raíz
y una fruta tropical,
si me mira
soy el río,
muero y mato de sed,
abro las piernas y estoy llena de peces
y náufragos y muertos clandestinos,
si me mira
crezco en árbol negro,
de mis dedos cuelgan
bayas a pesar del fuego,
úteros y bocas
que dan vida,
si me mira,
soy Dios
debo una explicación por cada milagro
que no concedo,
bailo desnudo en las liturgias
y tengo todos los sexos en mí,
asisto el parto de las cabras,
granizo
urtico
ampollo
atardezco
soplo
inflamo
devaneo,
perdono y peco,
si me besa,
desaparezco.
*
No, nada grave.
Llamaba para decirte
que tenés razón:
el amor es otra cosa.
Un animal más lento
pero letal.
Ya sé, es madrugada
pero estás despierto
en un cuerpo que no es el mío.
¿Si eso incluye el tuyo?
Por supuesto, vida mía,
para eso se inventó la cópula.
Dice Barthes:
el hombre es merodeador
navega, rúa,
y yo imagino que me espiás,
que los kilómetros conurbanos
no obstan la coreografía amorosa
que te preparo
desde mi cama compartida.
Es verdad, no te amo,
pero cómo me gusta decírtelo.
Es que, cuando lo digo, no hay diferencia.
Entendeme:
estas son mis palabras performáticas.
Como el sacerdote dice te bendigo
y la sentencia hace lo que la sentencia dice,
mientras te digo te amo, mi amor,
soy una alienada
de ofrecimiento y conquista.
Feudo, consagración, apareamiento.
No, te juro, no es urgente,
solo que en este momento soy tu devota.
Miles de personas caminan a Luján,
pero yo te rezo, ahora, desde acá
como ciega.
Era eso, solamente,
que sepas que puedo negociar
con esas partículas de tiempo
en las que somos, vos y yo,
el Sena, el Big Bang, el lunar de Marilyn,
la palabra absoluta.
En serio, nada grave,
solo decirte que tenés razón.
Ahora voy a girar sobre mi centro,
intentar dormir un poco más.
El amor es otra cosa,
es cierto, espera
que termine de darte este mensaje,
es pausado y mortal.
No, nada importante, creeme,
sólo que te amo.
*
¿Es verdad que me gustaba el peligro?
Se lo pregunto a mi madre, pero uso otras palabras.
Digo:
La nona dormía la siesta mientras nosotros
jugábamos a la guerra de piedras.
Sonaba la novela de tevé
cuando mi hermano juntaba langostas en un frasco.
Yo usaba sus dedos para descubrir
distintas texturas de la muerte:
las patas de los insectos, la costra de barro, la sangre seca.
Los sapos copulaban en cada espejo negro
que dejaba la lluvia,
croaban antes de ser empalados,
la boca les funcionaba de puerta y alharaca.
Los besos del catequista eran húmedos
y decían tácitamente a dios;
me los secaba con el puño en invierno
y con el borde de la remera en verano.
Las perras venían a parir bajo mi ventana,
escupían monstruos ciegos y rosados,
se comían a las crías muertas,
el olor era terrible y vivo,
ser madre era terrible y vivo.
Los clavos oxidados eran lobos,
las ramas copiadas dentro de la habitación,
los gusanos dentro del durazno,
la laguna
los cinturones
y las botellas rotas pegadas en las medianeras
eran lobos.
Aullaban.
Yo me preguntaba por la palabra regaliz,
me la ofrendó un libro de recetas infantiles
que cubría tres números de Playboy.
Con uno, aprendí a hacer el nudo de la corbata,
con los otros, el apuro.
El vecino prohibido se llamaba Germán,
una orden familiar me impedía hablar con él,
pero el pico de la canilla rebosaba de gomitas de colores,
anillo sobre anillo decoraban el hocico de metal,
goteaba en la vereda, de espaldas al sol, al silencio de la tarde
en la que Germán se acercó
para ponerme su cigarrillo en los labios.
Los dos teníamos el pelo largo y rubio
cuando le dije que sí.
Nadie oyó el hundimiento del tiempo,
la sordera opaca del baldío,
el picor blanco en la boca, la tos.
Las cigarras y el verano se ocuparon del sigilo.
Nadie gritó mi nombre en manda de regreso
ni habló de la amenaza ultravioleta
ni acuñó el concepto de capa de ozono.
Nadie dijo huracán, catástrofe, deforestación,
viruela, tsunami, abandono, vacuna,
vergüenza, exceso, intemperie.
¿Es verdad que me gustaba el peligro?
Se lo pregunto a mi madre, pero uso otras palabras,
porque me pica la lengua.
✍Pamela Terlizzi Prina es abogada y grafóloga forense. Autora de Estado de espesura (Ruinas Circulares, poesía, 2012), Doce dientes (Textos Intrusos, narrativa, 2013), No cuentes pesadillas en ayunas (Santos Locos, poesía, 2018) y Qué violencia perfecta la del mundo viejo (Santos Locos, poesía, 2022). Fue publicada en Argentina, Uruguay, Colombia, Cuba y España. Representó a Argentina en Casa Tomada IV, de Casa de Las Américas, en La Habana, Cuba. Es gestora cultural en la coordinación del ciclo de arte Siga al Conejo Blanco junto a Agustina Bazterrica, del espacio cultural Antipoesía junto a Paula Brecciaroli y del colectivo artístico Queridas todas. Brinda talleres literarios y tutorías de obra.
🎙¡Muchas gracias Pamela por ser parte del Podcast BDP!
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